Imagina un mundo donde los secretos son el núcleo de su identidad, donde solo unos pocos elegidos conocen realmente los misterios de sus creencias. Este es el mundo de los drusos, una de las comunidades religiosas más misteriosas del planeta. La fe drusa es tan secreta que solo sus máximos líderes espirituales han conocido sus verdades más profundas, y hoy nadie puede convertirse para ser un druso. Nadie. Es una religión que guarda ferozmente sus principios, lo que la hace tan fascinante como evasiva.
Los orígenes ocultos de un líder misterioso
La historia de los drusos comienza con un hombre rodeado de misterio: Hamza ibn Ali ibn Ahmad. Nadie sabe dónde nació, cuándo nació ni cuándo murió. Según la tradición, procedía de una familia persa y era un místico musulmán chiíta, pero más allá de eso, sus orígenes son tan enigmáticos como la religión que fundó.
Hamza era un hombre de gran inteligencia, profundo conocedor de la teología islámica, la filosofía griega y las tradiciones religiosas del mundo, desde el cristianismo hasta el budismo, el hinduismo y más allá. No era solo un erudito; era un buscador, alguien que no se conformaba con las respuestas que le daba únicamente el islam. Buscó la verdad en todas las religiones, tomando lo que creía que era lo mejor de cada una de ellas y entrelazándolas en una nueva fe.
En sus enseñanzas, Hamza honraba a un grupo diverso de profetas bíblicos, desde Adán y Noé hasta Moisés, Jesús y Juan el Bautista. Es interesante señalar que también llegó a la conclusión de que Jetro, el suegro de Moisés, no era solo un profeta, sino el verdadero antepasado del pueblo druso.
Los credos básicos de Hamza
Uno de los aspectos más distintivos de las creencias drusas es el concepto de reencarnación. Hamza enseñaba que el alma es eterna y se mueve a través de un ciclo continuo de renacimiento. A todos los drusos que nacen hoy se les enseña que son reencarnaciones de drusos que murieron. Según las acciones que uno realice en vida, ascenderá o descenderá en la siguiente. Los drusos afirman que esta creencia ofrece consuelo y guía moral a los drusos, ya que los alienta a llevar una vida ética en armonía con la voluntad divina.
La comunidad drusa se divide en dos grupos distintos: los al-Uqqal, o los entendidos, y los al-Juhhal, los ignorantes. La gran mayoría, alrededor del 95%, pertenece a esta última categoría. A estos miembros no se les permite consultar los textos sagrados ni asistir a reuniones religiosas. Sin embargo, casi todos los drusos creen en Dios.
Ahora bien, lo fundamental en las enseñanzas de Hamza es comprender la singularidad de Dios, un Dios que está más allá de la comprensión humana, más allá del tiempo, del espacio y de la experiencia humana. Hamza comprendió la grandeza de Dios, pero pasó por alto la naturaleza personal de un Dios que desea relacionarse con su creación.
Un aliado real: el papel de Al-Hakim
¿Cómo consiguió esta religión secreta miles de adeptos (hoy son más de un millón en todo el mundo)? La respuesta está en un poderoso aliado: al-Hakim bi-Amr Allah. Al-Hakim no era un gobernante cualquiera; era el líder supremo de gran parte del norte de África y Levante (Israel, Líbano y Siria), con residencia en El Cairo. Califa e imán a la vez, se decía que era descendiente de Mahoma y que su madre era cristiana. Era excéntrico y polémico y gobernaba con autoridad absoluta. Conoció a Hamza, escuchó sus nuevas doctrinas y las adoptó por completo. Al-Hakim se convertiría en el fundador gemelo de la nueva religión drusa.
El respaldo de al-Hakim a las enseñanzas de Hamza fue crucial. El 30 de mayo de 1017 d. C., Hamza anunció de forma oficial su nueva religión y declaró que al-Hakim era una figura divina, lo que fue un audaz alejamiento del islam que marcó el inicio de la fe drusa. Las acciones religiosas de al-Hakim solían considerarse enigmáticas y contribuyeron a su reputación de figura misteriosa y controvertida. Sin duda, el apoyo de Al-Hakim dio al movimiento la fuerza que necesitaba para florecer.
El destino de Ad-Darazi y Al-Hakim
Entre los primeros seguidores de Hamza se encontraba Muhammad bin Ismail ad-Darazi, un fascinante evangelista que atrajo a muchos conversos a la nueva fe. Sin embargo, la ambición se apoderó de ad-Darazi y lo llevó a reclamar para sí el estatus de divinidad, algo que Hamza no apoyaba. Hamza excomulgó a ad-Darazi, pero se cree que al-Hakim lo ejecutó para preservar la unidad del movimiento druso. Lo irónico es que, a pesar de su caída en desgracia, la religión pasó a llamarse drusa, en honor a esta figura desacreditada.
El reinado de Al-Hakim terminó abruptamente en 1021, cuando desapareció como por arte de magia durante un paseo nocturno por El Cairo. Su desaparición sigue siendo uno de los misterios sin resolver de la historia, que se suma al aura de intriga que rodea a la fe drusa. Hasta el día de hoy, los drusos esperan su regreso, creyendo que renacerá milagrosamente y dará paso a una nueva Edad de Oro en el Juicio Final.
Sobreviviendo a través de los siglos
En los primeros tiempos de la fe drusa, los conversos eran bien recibidos. Hamza y al-Hakim difundieron activamente sus enseñanzas, y consiguieron captar seguidores de diversos orígenes. Como curiosidad, aunque los drusos se consideran árabes desde el punto de vista étnico, algunas investigaciones genéticas han descubierto pruebas de que los drusos actuales tienen más similitudes genéticas con los judíos asquenazíes que con los árabes.
En 1043, Baha al-Din al-Muqtana, sucesor de Hamza, declaró que la fe drusa ya no aceptaría nuevos conversos. Baha consideró que debía mantener la pureza e integridad de la doctrina drusa. Los nuevos conversos probablemente traerían otras creencias que podrían corromper el canon original, mientras que los nacidos y criados en la fe serían fieles a sus enseñanzas. Esta decisión selló la identidad de la comunidad drusa como una fe cerrada y secreta, abierta solo a quienes habían nacido en ella.
Los drusos han afrontado innumerables retos a lo largo de los siglos, pero siempre han encontrado la forma de proteger su independencia y su identidad única. Se asentaron en zonas remotas y montañosas del Líbano, Siria y el norte de Israel, donde podían vivir algo aislados de los imperios que dominaban la región. Eran a la vez una comunidad pacífica y feroces guerreros cuando los amenazaban.
Cuando Medio Oriente sufrió cambios significativos tras el colapso del Imperio Otomano en el siglo XX y la creación de Israel, los drusos se amoldaron al nuevo panorama político. Estas adaptaciones se aprecian en su vestimenta. Los ancianos usan unos peculiares pantalones anchos exclusivos de los drusos, mientras que las ancianas visten túnicas tradicionales similares a las de sus coetáneas árabes. Sin embargo, sus jóvenes visten de forma similar a la juventud israelí, aunque con un aspecto algo más modesto.
Un nuevo desafío: la modernidad y el Evangelio
Hoy en día, los drusos se enfrentan a otro tipo de desafío, uno que no puede combatirse con espadas. La sociedad moderna, la tecnología y las oportunidades que brindan están empujando a la generación más joven en nuevas direcciones. Sin embargo, esta exposición gradual al mundo exterior también ha abierto una grieta para que algunos drusos escuchen las Buenas Nuevas.
Hasta ahora, convertirse al cristianismo era casi inaudito en la comunidad drusa. Y los que han dado ese paso pagan un alto precio: nunca podrán regresar a su propio pueblo como verdaderos drusos. Es una decisión difícil para quienes crecen con un fuerte sentido de pertenencia, pero para algunos, la promesa de una conexión real con un Dios a través de Su Hijo, que antes era inalcanzable, merece el sacrificio.